Está a la orden del día: el puesto de entrenador es efímero y depende de muchos factores, algunos de ellos ajenos a la labor del propio entrenador.
Ayer, la noticia del universo fútbol, por encima incluso de eso que llaman Mundialito de clubes pero que no deja de ser una serie de pachangas con una final más o menos digerible, fue la destitución de Mouriño.
Me permitiréis aquí un pequeño paréntesis que para algunos será cursi y pretencioso pero que para otros es simplemente contribuir a que se hable un poco mejor: he dicho destitución y no cese. Podría haber dicho cese, porque en la frase que he pronunciado, el uso hubiera sido correcto. Pero he preferido decir destitución, porque el término cese se usa mal en el 90% de los casos. Simplemente quería decir que cesar es sinónimo de parar, detenerse, no de destituir. Como uno no diría el Chelsea ha parado a Mourino, tampoco podemos decir “ha cesado”.
Dicho esto, que por fin el Chelsea ha puesto en la calle a Mourino. Y enseguida, los chicos de la prensa, aquí en España, hemos empezado a frotarnos las manos con la idea de que su próximo destino sea España, seguramente el Real Madrid. Para nosotros, los que contamos cosas, Mou es un filón, un yacimiento constante e inagotable de noticias; habitualmente negativas.
Pero Mouriño es un mal para el deporte, más que un filón, un estercolero de noticias. Es un mal ejemplo para nuestros hijos, un tormento para sus rivales, un pesado, un paliza, un tipo que es mejor fuera que dentro del deporte. Su chulería, su altivez, su prepotencia y su mala o nula deportividad no concuerdan con los valores del deporte.
Para mí, a pesar de que no le deseo nada bueno, ha sido una mala noticia que lo echen del Chelsea, aunque sólo sea porque ello abre la posibilidad de que vuelva a España.
Con su finiquito de 77 kilos y un Ferrari, a Mou le deseo que emplee un largo tiempo en disfrutar de todas esas ganancias. Mientras tanto, posiblemente los demás estemos disfrutando todavía más que él.
