Jornada 7. El Almería está en puestos de descenso, lleva seis puntos de 21 posibles, uno de los últimos nueve que ha disputado y todo está, ahora mismo, en entredicho.
Esto es fútbol y, como tal, esta concatenación de hechos y cifras suele ser sinónimo de empezar a hablar de los árbitros.
Vaya por delante que no me han gustado los dos últimos arbitrajes que ha tenido el Almería, vamos, que creo que le han perjudicado.
De igual manera, me resisto a creer que el gol mal anulado en Murcia, la roja a Quintanilla, la expulsión de Azeez y alguna jugada más, en las que el colegiado ha barrido echando los restos contra la casa rojiblanca, hayan sido decisiones premeditadamente erróneas.
Ayer, en nuestra Tertulia del Minuto 92, decía Joaquín Álvarez que los colegiados están machacando al Almería y Paco Díaz Casimiro le respondía que al final de una temporada esas cosas se equilibran pero que, sobre todo, lo importante es no abrir esa batalla.
Los colegiados son un colectivo híper-corporativo, que se defienden entre sí pase lo que pase y sea contra quien sea.
Si el Almería empieza a hablar de los colegiados tan pronto, no se sorprenda nadie si esas decisiones en contra se multiplican. Pero sobre todo, para mí la peor consecuencia de hablar de los árbitros a estas alturas es que no se habla de lo que hay que hablar, de que el equipo está falto de gol, de que su defensa es, en muchas ocasiones, de juguete, de que Pozo tiene que jugar siempre y no lo hace, de que no hay centrales de garantías, de que Trujillo necesita un descanso y no se lo dan, de que el equipo está descompensado y de que faltan ya muchos puntos, quince, en el casillero.
Y si los que tienen que hablar de eso hablan de otras cosas, que nadie piensen que los que lo tienen que arreglar no se van a fijar más en el del silbato que en las cagadas propias… dicho esto con perdón de la mesa.
