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#RADIOBLOGMINUTO92, por Víctor J. Hernández Bru.
Me pasé la semana pasada mezclando los comentarios en redes sociales de quienes están hasta el gorro de que un pésimo director general y un jugador poco currante metido a entrenador porque “la vida en casa sin hacer nada es muy dura” se estén cargando un ilusionante proyecto deportivo y los de quienes, increíblemente, no toleran que se critique este desaguisado, este ‘cacharro de la Bernarda’ en el que han convertido a la UD Almería.
Los periodistas, algunos, hemos contado que en la UDA ya se han dado cuenta de que la han ciscado con Gutiérrez, que como gracia estaba muy bien firmar como técnico al del taconazo, pero que para hacer funcionar un equipo hace falta mucho más que el papel couché; pero que ahora viene lo más difícil: deshacerse de él.
Y contamos también que el domingo se tomó la decisión de echarlo, pero el lunes se complicó la cosa, cuando su representante le comunicó al club que para marcharse quiere lo que le resta por cobrar de este año y también lo del que viene, cosa que es imposible porque ese gasto superaría el tope salarial que tiene el club.
Así pues, callejón sin salida: el Almería no quiere a Gutiérrez, el técnico sabe que aquí poco puede hacer salvo socavar aún más su maltrecho prestigio como entrenador y los jugadores se niegan a seguir siendo partícipes de este esperpento, que haría incluso sonrojar a Valle Inclán. Pero el problema es que no hay divorcio posible.
El Almería no encuentra la forma de largar al ‘míster’, el técnico tampoco anda sobrado de ilusión pero quiere lo que es suyo y el plantel habla gritando en el campo, dejando claro que necesita un entrenador con bagaje y conocimiento para devolverle el juego que se ha quedado por el camino.
La situación parece diseñada por el mismísimo Alfred Hitchock y la solución la ha debido meter alguien en una botella, arrojada al más recóndito de los mares. Mientras tanto, el partido del otro día, como los cuatro anteriores y alguno más, amenaza no sólo con echar a la gente del Mediterráneo, sino incluso con descabalgar al equipo de los puestos de play off.
Es lo que pasa cuando se apuesta por un entrenador para hacer la gracia, cuando se juega al Monopoli con los fichajes y, sobre todo, cuando se plantea una estructura de club sin basada en que el dinero lo va a poder todo, pasando por encima de la importancia de los profesionales.
