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#RADIOBLOGMINUTO92, por Víctor J. Hernández Bru
Seguramente sea de los tipos en los que queda más acentuado eso de que, ni siquiera en la triste hora de su muerte, sea fácil no recordarlo con una sonrisa, qué digo, con una carcajada.
Se ha ido Michael Robinson ese guiri que se lo llamaba a si mismo y que, a todos, alguna vez nos ha convencido de algo en lo que estábamos absolutamente convencidos de lo contrario.
Su gracia natural, su humildad y su naturalidad convertían a Michael en alguien con posibilidad de convencerte de todo, pero sin duda yo, de las suyas, me quedo con otra virtud: su capacidad autocrítica, que lo hacía capaz de reconocer estar orgulloso de no haber dado nunca un palo al agua… después de 52 años.
Ya no lo escucharemos decir de nadie que está más quemado que la moto de un hippie o más solo que la una, con ese acento tan especial, trufado de ese britanismo con el que tanto ha jugado para ganar a todos los españoles, reconociendo incluso haber conseguido no hablar bien ninguno de los dos idiomas.
Y es que tampoco debe ser tan fácil aprender a expresarse en un idioma, cuando al llegar tan sólo se sabe decir hola, adiós, gracias y cerveza. Y ojo, que nadie piense que bebía cuando era jugador, aunque la verdad es que ‘Robin’ no podría asegurar tener recuerdo de todos los lunes de su vida.
Ya no lo oiremos hablar del Beckembauer de la Bahía para señalar a Carmelo, porque se ha ido, sin duda, el más español de todos los ingleses, uno que sufrió como el que más en el mundial de Suráfrica.
Dicen que cuando uno es capaz de reírse de sí mismo, no hay nada de lo que no pueda cachondearse. Y si Michael reconoció que cuando le pidieron lanzar un penalti en la final de la Copa de Europa, él pensó que en casa estarían pensando que la iba a cagar, no es de extrañar que su humor haya conseguido ganarnos a todos.
Se ha ido el hombre que nos ha cambiado a todos la forma de entender una retransmisión deportiva e incluso el concepto de periodismo deportivo, el hombre capaz de descubrirnos que el mejor remedio contra el miedo es reconocer nuestras miserias y mirarlas a la cara con una sonrisa.
Sólo así se explica que dijera aquello de que “el cáncer puede que me mate, pero lo que no va a hacer es matarme todos los días.
Mientras tengamos un minuto para ponernos delante de unos de sus geniales reportajes, Michael Robinson no morirá nunca… pero nosotros hoy estamos un poco menos vivos… más solos… que la una.
