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BLOG #BarraLibre: La torre

BLOG #BarraLibre: La torre, por Javier Montoya Lozano, Marqués de Huebro. 

Me ha dado por pensar que la Unión Deportiva Almería es una torre. Si hablamos de ajedrez y el tablero fuera la Liga SmartBank, nuestra querida UDA no sería un peón aunque tampoco el rey, por mucho que le pese al jeque. Tampoco la reina, claro. Esas dos casillas serían ocupadas por Cádiz y Huesca, que de hecho ya están a otro nivel tras sus respectivos ascensos directos. El Zaragoza podría ser el alfil, sin embargo yo les bajo el rango a caballo y le daría ese estatus al Girona de Francisco, rival de los nuestros en la primera eliminatoria. El de los maños, de rebote por la caída del Fuenla, es el Elche, al que yo veo como los peones.

Este Almería es una torre, muy grande de fachada aunque lento y lineal en sus movimientos, tanto dentro como fuera del campo. Ajedrez aparte, una torre de Babel reconstruida en poco tiempo en la que el califa dejó de ser un señor empresario murciano para dejar sitio a un ministro árabe, algo extravagante en sus acciones, tanto en la vida real como en la red social.

Esta UDA es la torre de Pisa, que se inclina y se retuerce pero no se cae ni esperemos que se caiga. Resiste como el junco de la canción del confinamiento. Aunque le cuesta seguir en pie, los arquitectos se preocupan más de ir poniendo más naipes encima que de enderezarla, dando más sensación de endeblez por el hecho de parecer que quienes juegan a agregar cartas sean ancianos temblorosos y niños nerviosos.

La sensación es justo esa y el miedo a no depender de uno mismo. El pánico a tener que mover ficha cuando el rival, mucho más ducho, te ha espetado un “jaque”. El temor a no entendernos entre árabes, portugueses, sudamericanos… Entre los españoles, pocos jugadores almerienses. De peso, siento decir que ninguno desde la marcha forzada de José Ortiz Bernal, que aún sigue escociendo. La angustia de que se nos caiga esa construcción aparentemente tambaleante con ladrillos sacados de una baraja de póker. El pavor a abrir la ventana para ventilar y que no dé la casualidad de esa extraña calma entre Poniente y Levante, que sople una ráfaga de viento y se venga todo abajo. Plof.

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