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BLOG #BarraLibre: ‘La importancia de ser un 9’, por Javier Montoya Lozano

 

Por fin. Volvió Umar Sadiq y volvieron las alegrías, los golazos, los penaltis y los centrales contrarios desquiciados y expulsados. El Mediterráneo debería hacerle la ola al nigeriano cada vez que se pone las pilas y recarga las baterías de una afición con el ánimo marchito. Porque el final de año y sobre todo el principio de 2022 estaba siendo duro, con una cuesta de enero que  más bien parecía el Mortirolo. O el Angliru. O el Collado Ramal, por barrer aún más para casa.

Sin una referencia arriba la cosa estaba chunga. Por seguir con el símil ciclista, es como si para una etapa de montaña con puertarracos como los mencionados anteriormente confías todo al contrarrelojista, llaneador o sprinter de tu equipo: no es lo suyo y, aunque puede defenderse y hacerlo puntualmente bien con toda la suerte del mundo y un rendimiento excelso, lo normal es que la cague. Y la cagamos, Luis. O Rubi, en este caso.

Y muchos se empeñaban en ser copilotos optimistas, como Luis Moya en aquella escena mítica y dantesca junto a su entonces inseparable Carlos Sáinz. “No la cagamos, dale”. Y dale Perico al torno. Era estrellarse contra una pared, era como jugar al tenis contra ella. Que si eres Nadal, con la cabeza más dura que ella, que Djokovic y Medveded y toda la corte celestial de la ATP junta, pues acabas sacando la cosa palante. Pero lo normal es que te estrelles contra ella y acabes con más chichones que un tonto. Que yo mismo cuando era pequeño, por si alguien se da por aludido y/o se ofende.

¿Y ahora qué? Pues ahora, a seguir. Rema que te rema, intentando sacar más partidos como el del viernes ante el Ibiza y esperando el fallo de Éibar, Valladolid y compañía. Porque todos a la vez no van a acertar, por pura probabilidad. Que aunque uno sea de letras, tampoco es manco con los números. Y aprendió la tabla del 9 casi antes que la del 1. Y aquí podría acabar mi alegato, pero añadiré un par de píldoras finales: grandes aficionados y jugadores, saludándose minutos después del pitido final. Y enorme Rubi, como persona y profesional, en momentos tan duros como la muerte de una madre -DEP-. Más que un 9, merece un 10, matrícula de honor y todos mis respetos.

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